La vida, como en una película. Momentos que van y vienen, instantáneas que no se repetirán jamas. Desde que nacemos empezamos a caminar y no nos detenemos. Avanzamos, huimos de nuestro reciente pasado, crecemos, nos formamos, maduramos, creamos vínculos, interrelaciones neuronales, procesos cognitivos. Pedimos a gritos ser adultos. Queremos ser la imagen de nuestro padre o nuestra madre y no cesamos en seguir nuestro camino, perseverantes. Estamos predestinados por un designio divino a no parar, a no abandonar esa idea de ir hacia adelante, que empuja y empuja hacia un futuro desconocido.
La vida, como en un filme, cuadro a cuadro, refundando el movimiento, la cinética de estar vivo, de ser un humano que crece, que envejece y que muere. La vida en un minuto, como si fuera un flashback, apenas un recuerdo en la memoria que olvida con los años, que se hace lenta con el paso del tiempo. Tan solo fragmentos, instantes vividos sin retorno, partes de uno guardadas en cada plano, en cada imagen. La vida que se sucede sin solución de continuidad. El montaje de haber vivido, de haber sido alguien, de haber dejado huellas en el trayecto. La vida misma en movimiento.
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