Cómplices silenciosos
Esta
entre nosotros, es parte de nuestra familia de nuestra casa, de nuestro
entorno. Muchas veces es servicial, agradable, hacendoso, otras es agresivo,
intolerante, irracional y criminal. Esa es su esencia, su
cualidad salvaje, su ruptura emocional con la realidad que lo
circunda. Algunas veces nos pide a gritos que lo amemos desenfrenadamente y
otras nos ignora con el más vil desprecio. Nos tortura, nos retroalimenta con
su alma negra, nos asusta con su voz oscura, nos arrincona en el espacio y nos
acerca cada vez más al abismo que bordea el infierno. Constantemente cruza el límite, innumerables veces.
Entra y sale a su antojo. Hoy es bueno, mañana es malo, hoy te da, mañana te
quita. Es el gran manipulador. El que llora desconsolado luego de haber dejado
huellas sobre nuestra piel, el que ríe a carcajadas mientras nos
desangramos en silencio. Y está ahí, es un extensión de uno, una parte
incompleta de nosotros, una proyección de nuestro inconsciente,
una realidad que no queremos ver, una herida abierta que nos estigmatiza
y nos aísla.
Y nosotros estamos ciegos a sus golpes, permanecemos mudos ante sus insultos. Pensamos que el equivocado es uno no el otro. Nos vemos culpables, nos sentimos inferiores Nos odiamos y creemos que somos merecedores del castigo. "Es así porque yo soy así" Empezamos a creernos ese discurso siniestro hasta llegar a entenderlo a justificarlo y a perdonarlo. Buscamos ser sometidos, violentados, abrumados, maltratados, vulnerados. Queremos que nos peguen, nos humillen, nos denigren y luego nos abracen y nos besen. Nos gusta eso, nos da placer salvaje, nos aleja de la realidad cotidiana y nos adentra en un terreno peligroso que alimenta a nuestra sangre de adrenalina. Al igual que el otro estamos enfermos porque lo dejamos avanzar sobre nuestro cuerpo y nuestra psiquis. No supimos, o no pudimos, decir basta a tiempo y ahora nos convertimos en suicidas potenciales, en cómplices de nuestra propia muerte.
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